Juego libre: ¿por qué es crucial para el desarrollo de tu hijo?

«Juega mucho y juega bien, juega como si tu vida dependiera de ello. Porque depende…» Dean Koontz.

Soy de la idea de que los conocimientos académicos son importantes, pero hay algo fundamental que aprender para ser feliz en la vida: la habilidad de afrontar la adversidad, sobreponerse a ella e incluso salir fortalecido. Esa habilidad se llama resiliencia y es un aprendizaje mucho más difícil de interiorizar. Requiere mucha práctica y sólo se obtiene exponiéndose.

Resiliencia es la capacidad de asumir con flexibilidad situaciones límite, potencialmente traumáticas, crisis, etc., recuperarse, e ir un paso más allá utilizando esas situaciones para crecer y desarrollar al máximo nuestro potencial. Implica regular emociones y lidiar con el estrés, reestructurar nuestros recursos psicológicos en función de las nuevas circunstancias y de nuestras necesidades. Es un rasgo clave que posee un adulto sano y funcional porque previene la ansiedad y la depresión y es una destreza que el juego libre permite desarrollar. Para mí, la resiliencia es la clave de la felicidad y por eso todos mis esfuerzos de madre se enfocan en criar seres humanos resilientes.

«No hay nada que los seres humanos hagan, sepan, piensen, esperen o teman que no haya sido experimentado, practicado o al menos anticipado, durante la etapa del juego en la infancia” Heidi B. Crecelius.

Leí un libro muy bueno llamado «The Danish Way of Parenting» de Jessica Joelle Alexander e Iben Dissing Sandahl que —entre otras muchas cosas— dice que el juego libre enseña a los niños resiliencia por eso es crucial para su desarrollo. Les enseña socialización, autonomía, democracia, negociación, autoestima. Les permite desarrollar la brújula interna que orientará y guiará por los altibajos de la vida. «Juego libre» quiere decir sin actividades organizadas y con un mínimo de intervención adulta.

Las autoras alertan sobre cómo cada vez los papás tienden a sobrecargar la agenda de sus hijos con clases académicas y extra académicas para que tengan éxito en la vida adquiriendo muchos conocimientos y habilidades, dejando poco o ningún tiempo para que jueguen libremente.

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«Jugar en grupo sin adultos que dirijan el espectáculo enseña a los niños a intuir los sentimientos de otras personas y a manejar la frustración y las concesiones que forman parte de las relaciones humanas». Carl Honoré.

Llega un punto en que biológicamente los niños ya no necesitan que los papás hagamos todo por ellos. No es ninguna noticia, pero a veces se nos olvida que necesitan empezar poco a poco a hacerse responsables de un número cada vez mayor de cosas conforme van creciendo. Cuanto antes, mejor. Sentirse en control de su propio aprendizaje, del manejo del estrés y emociones como la ira, el miedo, la tristeza, la alegría, la tranquilidad, son algunas de ellas. No hay mejor forma de interiorizar el aprendizaje que sintiéndose a cargo. Si de niños siempre dependen de que alguien más solucione sus problemas, ¿cómo creen que serán de adultos?

Los niños necesitan tiempo, confianza, oportunidades, espacios adecuados y una cantidad suficiente de ayuda para desarrollar competencias. Para crear y resolver sus propios problemas. Para que puedan desarrollar confianza y competencias para sentirse a cargo de sus propios retos. Para desarrollar su autoestima. De otra forma se volverán adultos dependientes, poco competentes, echados a su suerte.

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«Las cosas que los niños y niñas aprenden por iniciativa propia durante el juego libre, no pueden ser aprendidas de otra manera” Peter Gray.

No sólo el aprendizaje será más placentero, sino que ganará mayor confianza en sí mismo al aprender por iniciativa propia. Preséntale los hechos y deja que saque sus propias conclusiones para que interiorice el conocimiento y lo disfrute. Esto es lo que crea autoestima genuina y confianza en sí mismo porque proviene de él mismo. Necesitan aprender a desarrollar su impulso interno y no estar siempre actuando para obtener algo externo (buenas calificaciones, premios, elogios de papás, familiares o maestros, etc). Necesitan aprender que si bien no pueden controlar todas las circunstancias a su alrededor, siempre pueden controlar cómo las circunstancias los afectan a ellos. Necesitan sentir que tienen el control de sus vidas. Necesitan ser resilientes.

El juego ayuda a aprender autocontrol, a socializar, a negociar, a empatizar, a volverse más adaptable y flexible, a manejar mejor el estrés. Invita al conflicto, a la confrontación y a la cooperación. Da la oportunidad de asumir diferentes roles para experimentar las situaciones desde diferentes perspectivas, creando también empatía. Uno no se vuelve resiliente a base de evitar el estrés, sino sometiéndose a él para tratar de dominarlo.

Los niños deben ser capaces de identificar sus propias emociones y las de los demás y manejarlas. Las reglas del juego deben ser constantemente replanteadas para que los jugadores no abandonen el juego, porque si demasiados jugadores se retiran, se acaba el juego. Y como lo que quiere un niño es seguir jugando, su capacidad para hacer frente a los retos mejora constantemente volviéndose capaces de lidiar con situaciones cada vez más difíciles. De modo que mientras más juegan, más resilientes y más socialmente adeptos. Las personas resilientes no nacen, se hacen. 

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Bueno, y qué podemos hacer para fomentar el juego libre:

  1. Crear ambientes estimulantes y seguros donde puedan moverse con libertad. Una vez más, considero que los principios Montessori son muy útiles para lograr este objetivo.
  2. Evitar (o por lo menos limitar) el uso de aparatos electrónicos. La imaginación es clave para que el juego surta sus efectos positivos.
  3. Permitir que exploren libremente al aire libre, en la naturaleza. Recuerda que los niños son 100% lavables.
  4. Usar el arte. Sólo ofrece el material y déjalos crear libremente.
  5. Mezclar niños de diferentes edades.

Y sí vas a participar:

  1. Juega y deja jugar. No tengas miedo a sentirte tonto. Conecta con tu niño interior y sumérgete en su juego.
  2. Sé auténtico y déjate guiar.
  3. Involúcrate, pero también déjalos solos, ya que les permite procesar nuevas experiencias, conflictos y sucesos cotidianos con sus similares.
  4. Procura no intervenir a menos que sea muy necesario. No seas un «buen papá/mamá» o un «papá/mamá helicóptero», es decir, no sobreprotejas. Mejor sé «un papá/mamá responsable». Recuerda que están aprendiendo habilidades sumamente importantes para la vida.
  5. Corre la voz sobre los beneficios del juego libre, involucra a otros papás. Organiza play dates.

Tenemos que confiar que nuestros hijos serán capaces de probar nuevas experiencias proveyendo espacios adecuados y una dosis suficiente de ayuda. Así ellos se sentirán dueños de sus propios retos y de su propio desarrollo, irán construyendo su autoestima y la confianza en ellos mismos.

Cuéntenme, ¿ustedes qué hacen para fomentar el juego libre?

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